Yo las miro como un vínculo entre dos
mundos. Símbolo del universo, no un símbolo falso, copia sonriente del todo,
espejo en el cual la naturaleza se ve: algunas veces sol, otras luna o un
aguacero de lluvia cargado con provocativos aromas.
La interminable multiplicidad de
formas y colores: de la humilde palma, al generoso y sereno regalo de un
cambur, son el reflejo de Dios, quien sin duda se oculta en medio de las
frescas sombras y hace de la selva su templo, su morada, donde se adivina su presencia
en la vibración de una hoja, en los colores, en la luz azul verdosa.
Pintar es como orar. Es una
comunicación silenciosa con una planta, con la luz que ésta refleja o la sombra
que proyecta.
En este amistoso diálogo con la hoja
del cambur, en el reverberante sol del mediodía, pero protegida por su amable
sombra, mientras copio cada vena, no siempre encuentro a Dios, pero
invariablemente encuentro paz, porque me encuentro a mí misma.
Silvia Mujica